Opinión

Alvaro Gómez: Entre la grandeza y lo fundamental

Por: Nino Matus

NOTAS SUELTAS MIENTRAS TANTO

Algún día hace 37 años ejerciendo la jefatura conservadora en los llanos, mi padre, Narciso Matus, embarco en un DC3 a Álvaro Gómez Hurtado, en compañía del ex ministro Felio Andrade Manrique y de algunos amigos del Meta, como Juan Manuel Caballero y Luis Heli Rojas. El objetivo fue recorrer los 6 departamentos del oriente colombiano, saliendo de Villavicencio y terminando en Arauca. El viaje, pueblo a pueblo durante 5 días, hacia parte de la campaña presidencial de 1986, en la que se enfrentó a Virgilio Barco y que termino siendo la segunda de las tres que perdió el gran jefe conservador.

Tuve la fortuna de ir en esa gira, lo que me permitió escuchar al doctor Gómez en amenas exposiciones sobre cultura universal; conocer a fondo sus ideas; saber la historia, en directo, de cómo había terminado de convencer en Benidorm y en Sitges a su padre Laureano y a Alberto Lleras de las bondades del frente nacional; oírle muchos discursos y verlo pintar caballos en servilletas, al tiempo que intercalaba apuntes sobre arte y artistas.

Naturalmente también lo oí hablar del talante conservador, de la planeación concertada, del desarrollismo y de la grandeza, que eran los grandes temas que movía en esos años y días.

A partir de ese inolvidable viaje, me invito a escribir en las páginas de El Siglo y lo hice unas pocas veces. Me aficione a escucharlo en profundas y seguidas intervenciones en los almuerzos del Centro de Estudios Colombianos y con varios entrañables amigos como: Carlos Quiñonez, Luis Ignacio Andrade, Rubén Darío Lizarralde, Roberto Camacho, Wolmar Perez, German Medina entre otros, lo acompañamos por toda Bogotá en el final de esa campaña del 86 que perdimos al grito de «dale, rojo, dale» que adopto Alfonso “El Pollo” López para evitar el naufragio de Barco.

En mayo 28 de 1988 fue secuestrado por el M-19 y su liberación, en la que intervinieron Álvaro Leyva Duran, Juan Gabriel Uribe Vegalara y Felio Andrade Manrique, le abrió paso a los diálogos de paz con ese grupo insurgente y a la constituyente del 91. Fue entonces cuando empezó a hablar del acuerdo sobre lo fundamental para superar la ola de violencia y terror que vivía el país, para crecer la economía y para expandir la democracia.

Álvaro regreso a la libertad más estadista que nunca. Ya no se le podría tildar de reaccionario. Era un defensor de la centro derecha republicana, moderado y de avanzada: se había abierto a la interlocución fructífera con las diferentes formas de pensar y le dijo al país que los extremos no podían ser opción.

Hablaba de que definitivamente “la paz no se va a alcanzar a tiros”, afirmo que el gran mal de la nación era “el régimen cooptado por políticos profesionales y partidos ávidos de negocios” y cuestiono certeramente al establecimiento conservador con su famosa afirmación de que “hay que cambiar las cosas, para que luego, quizás algún día, valga la pena conservarlas”.

Por eso en 1990, cuando lanza su tercera aspiración presidencial, lo hace desde una disidencia al partido conservador, con el partido que fundó para tal fin “Movimiento de Salvación Nacional”. Fue la campaña en la que asesinaron a Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, por lo que adoptó el lema “Que no maten a la gente». Esas elecciones las gano Cesar Gaviria; Álvaro nuevamente quedo en el segundo lugar y anuncio que no volvería a aspirar a la presidencia.

En 1991 decide ser candidato a la constituyente luego de que la “séptima papeleta”, depositada en las presidenciales del 90, forzara al presidente Gaviria a convocar una Asamblea Nacional para reformar la histórica constitución de 1.886.

Seguí sus ideas como constituyente en el 91, las que plasmo en la constitución que hoy nos rige, con la creación de entidades como la fiscalía y la defensoría del pueblo, el manejo del banco de la república, la elección popular de gobernadores y en todo lo relacionado a los derechos, especialmente los ambientales, entre lo más notable de su pensamiento en la ANC, de la cual fue copresidente, paradójicamente, con Horacio Serpa y Antonio Navarro.

9 años después del viaje por nuestros antiguos «Territorios Nacionales», lo asesinaron a la salida de la Universidad Sergio Arboleda, justo después de dictar unas clases de historia política y de arte.

Ese jueves, 2 de noviembre de 1.995, fecha imborrable para mí, como también lo es la fecha del asesinato de mi papá(18-3-87), me encontraba en Villavicencio, exactamente en el barrio 7 de agosto, comprando unas láminas de icopor. Me fui para Bogotá una o dos horas después de enterarme por radio de la noticia a las 10:25 de la mañana.

Con los amigos de siempre fuimos a rendirle honores en la cámara ardiente dispuesta en el Capitolio Nacional; posteriormente, entre la multitud que colmaba la plaza de Bolívar, acompañamos el traslado por parte del Batallón Guardia Presidencial del féretro a la Catedral Primada de Colombia donde fueron las exequias y luego caminamos hasta el cementerio central, en la calle 26, en donde fue enterrado debajo de la tumba de su madre doña María Hurtado. Fue un funeral de estado: con todos los honores como si hubiese sido Presidente.

En esos meses y días, el país nacional, no así el país político, como lo definiera Jorge Eliecer Gaitán, asistía indignado al espectáculo triste del proceso 8.000 que introdujo a las mafias en la campaña presidencial de Ernesto Samper y lo eligieron.

Álvaro Gómez era la voz mayor que decía, con toda la autoridad moral que el país le reconoció luego de su muerte, que el de Samper era un «gobierno indigno, que no se podía quedar, pero que no se iba a caer porque nadie lo estaba tumbando». El 30 de octubre de 1.995, Gómez Hurtado dijo en su Noticiero 24 Horas: “El Presidente no se va a caer, pero tampoco se puede quedar”. 3 días después lo asesinaron.

La voz de Álvaro Gómez tenía mucha fuerza moral, como para que la resistiera un gobierno tan debilitado y de moral tan liviana.
La vida de Álvaro Gómez, estuvo marcada por las ideas, la cultura, el honor, los dibujos de caballos y la pasión por el Independiente Santa fe.

Sus más fuertes contradictores no dudaron en decir que ha sido el más brillante estadista de los últimos 175 años, al que, invocando sectarismo y miedo le impidieron llegar a la presidencia y se privó a Colombia de tenerlo como su presidente.

Fue un buen periodista, especialmente hábil en la titulación, ejercicio diario que hacia directamente en las rotativas de su periódico; fue el mejor editorialista que ha concebido la patria; fue un gran dibujante de perspectivas y caballos; fue un prolífico escritor y pensador de prosa ágil y amena. Su idea de la política, que cubrió toda su vida, fue la de hacer propuestas.

Gómez Hurtado, de ideas conservadoras moderadas y reformistas, hablo no de un cambio de gobierno sino de régimen. «….En Colombia el Estado se ha vuelto un botín. Es el instrumento enmarañado de un concurso de intereses particulares que adulteran el sentido de lo público. La política ya no es la solidaridad, sino la complicidad. La adhesión de la gente ya no es a un partido, a una bandera, a una ideología, ni siquiera a un caudillo o a un movimiento, sino a una componenda, transacción, cuyos beneficiarios son los que quieren asaltar el poder y de paso cargarse el erario…” en cita que recuerda Juan Esteban Constain en la obra, Álvaro. Su vida y su siglo.

Del magnicidio dijo Alfonso López Michelsen que fue “…un acontecimiento que seguirá pesando sobre nuestras conciencias democráticas por el resto de nuestras vidas».

Y hasta aquí la imagen que tengo guardada de Álvaro Gómez Hurtado, al que asesinaron en medio de los agitados días del proceso 8.000, hoy hace 28 años.

 

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