Opinión

Notas sueltas mientras tanto. Mi amigo el Profesor Marandua

(Reedición a propósito del día de los periodistas que han sido y serán)

Por: Nino Matus

Han pasado muchos años desde que deje de encontrarme a un amigo entrañable, con el que mágicamente nos unía la diferencia de edades. Más exactamente desde el año 87 u 88, si la memoria no me falla, deje de ver al Profesor Marandua. Pero hace algunos meses me pareció distinguirlo en la lejanía, deambulando nuevamente por las calles de Villavo.

El profesor tenía el caminar pausado de siempre. A un lado iba un hombre de mediana figura, pelo algo ensortijado y apariencia pausada y tranquila; al otro lado, con las manos atrás, alguien que cojeaba muy levemente y que lucía una túnica turca azul con estrellas doradas, que parecía heredada de otro profesor, Rentería, personaje que recorrió las trochas y caminos del Llano vendiendo especias, ungüentos e ilusiones, y que dicen le soplaba los puntillazos a Marco Antonio Franco quien los publicaba en compañía de Libardo Hernández en el noticiero Herco, “el único que se oye y se lee”, según rezaba en su cabezote y que compartía plaza con La Gaceta del Llano de Alfonso Alemán y El Diario del Meta de los hermanos Héctor y Humberto Bedoya. Los vi de espaldas y a lo lejos. Me emociono reconocerlo en la multitud. Corrí para alcanzarlo porque no tenía ya dudas de que era el Profesor Marandua. Me lo confirmo su inseparable compañero que retozaba a su lado: Dandy, un pequeño perro al que yo calificaba como de mal carácter y algo histérico, porque siempre ladraba cuando alguien pretendía acercársele al profesor en las épocas del club militar y los cadmios de la Grama.

Conocí al profesor Marandua a mediados de 1982, meses antes de que mi padre Narciso Matus fuera nombrado gobernador del Meta por Belisario Betancur, un poeta que se atrevió a ser Presidente de la Republica y a quien entre Marco Antonio y el profesor, le sugirieron el nombre Marandua, que significa buenas nuevas, para una quimérica Base Militar en la Orinoquia, sobrevolando Carimagua poco antes de aterrizar en la pista del centro de investigación “Las gaviotas”, para conocer y visitar a Paolo Lugari durante la campaña presidencial que se le gano al “Pollo” Alfonso López con el ¡Si se puede!

El profesor era un ser especial. Algo temperamental, osado, con carácter y capaz de opinar, comentar y criticar con agudeza. En esa época, nos demoraba la hora del reposo a oyentes, políticos y mandatarios que ansiosos lo esperábamos. Entonces…., hacia la una de la tarde en el noticiero de Marco Antonio Franco, aparecía Marandua y hablaba de política, estrategia, develaba alianzas y coaliciones, denunciaba, fustigaba y hacia predicciones electorales. Sé sabe que más de una vez y que más de un dirigente local, se veía apresurado, descubierto y en aprietos por las revelaciones del inquieto e informado profesor.

A la gente le gustaba el estilo, pero sé que al profesor le ocasiono más de un problema. Tanto es así que en el 84, su amigo entrañable, Marco Antonio Franco, se vio precisado a cerrarle los micrófonos en la emblemática Voz del Llano de la familia Pava y a decretarle un silencio tortuoso para él y extraño para sus fieles oyentes, que en el Ariari lo escuchaban con la retransmisión por la Voz de la Conquista de Gildardo Hurtado..

Durante mucho tiempo añoramos sus agudas infidencias. En el 86, a finales, cerca de diciembre, tal como se había marchado regreso sin mucho ruido a Villavicencio. Marco Antonio le abrió nuevamente la puerta de su noticiero y el profesor Marandua volvía a estar al aire.  Pero algo había cambiado. Seguía siendo agudo en sus comentarios, pero era más reflexivo y pausado, incluso en el andar. Dandy ya no estaba y hacía falta. Lo habíamos lamentado todos los vecinos de la Grama y lo lloro mucho el profesor Marandua cuando volvió y no encontró a su compañero de paseos. Rentería, había desaparecido en algún paraje entre la selva y el llano y solo quedaban Narciso Matus y Marco Antonio Franco, con quienes el profesor se sentaba a tomar el tinto que Nachita preparaba, Inesita servía y  Clara Inés aderezaba con sus dotes de naciente periodista y escritora de cuentos.

En el 87 murió Narciso, víctima de la violencia desatada por las guerrillas contra quienes se oponían, desde la democracia, a su expansión en los Llanos. Marco Antonio Franco lloro anunciando el fallecimiento de su amigo del alma y les tuvo que ceder el micrófono a Gildardo Núñez Peñaloza y a Gustavo Colorado.

La marea de noticias fue inmensa. La crónica y artículos locales de la revista oriente que lideraban Miguel Ortiz, Julio Daniel Chaparro y Rogelio Gómez, sumieron al profesor Marandua en una gran depresión, que poco a poco lo llevo a retirarse de la vida pública un año después, a pesar de que, personalmente, trate de evitarlo con largas conversaciones y caminatas.

Nunca se pudo saber a ciencia cierta quién fue el profesor Marandua, como tampoco nunca se pudo conocer, quien o quienes firmaban como Magiña en la revista Trocha de Leónidas Castañeda, o cuales fueron las muchas manos que escribían las “Góticas” en el Eco de Oriente de Pacho Torres. En los tinteaderos de la plazuela de los Centauros se rumoraba con insistencia que el profesor eran Marco Antonio, Narciso o un joven de 23 o 24 años que empezaba a descollar Pedro Jaidar Castro; y que la firma de Magiña se la alternaban, sin confirmación, Juan Manuel Caballero, Eduardo Espinel, Oscar Pabón, Nelson López y el propio Leónidas. Lo que si se supo fue que las cartas del padre Moiso si venían desde Roma y que las fotos las tomaba Julio Cano. Y lo de las góticas sigue en el misterio, aunque algunos afirman que eran inspiración de Carlos Julio Perez….

En el 2013 Marco Antonio se retiró de la radio después de haber ganado muchos premios, entre ellos el muy prestigioso Simón Bolívar. En febrero del 2015 murió. Sus contemporáneos y amigos Gustavo Alemán, Hebert Rincón, Edgar Torres y Alcides Antonio Jáuregui, sostuvieron, sostienen y pasan la antorcha de esas épocas doradas del periodismo en los llanos

Hoy, cuando tantas cosas se callan y se está convirtiendo en norma la máxima francesa de “dejar hacer, dejar pasar” con la cual se han dicho, oído y ejecutado tantas cosas, hacen falta muchas voces como la del profesor Marandua para que digan lo que no se puede callar, pero no se dice o como decía Marco Antonio Franco, para que “grite por los que callan”.

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Termino mi historia reciente con la visión que tuve a lo lejos del Profesor Marandua caminando con las dos personas y un perro por la Grama en Villavicencio. Luego supe que uno de ellos era el turco Narciso, como le decía Rafael Mojica y el otro Marco Antonio Franco, paseando a Dandy, conversando, riéndose y felicitando, en su día, a todos los periodistas de los Llanos oriéntales.

 

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