
Notas Sueltas Mientras Tanto. ÁLVARO GÓMEZ UNA VIDA ENTRE LA GRANDEZA Y LO FUNDAMENTAL
(Reedición actualizada en el 2025, para no olvidar)
Por: Nino Matus
Recuerdo la vez que vi a Álvaro Gómez Hurtado, hace 39 años, en el aeropuerto Vanguardia de Villavicencio.
Ese día, ejerciendo la jefatura conservadora en los llanos, mi papá, Narciso Matus Torres, embarcó en un DC3 a Álvaro Gómez Hurtado, en compañía del exministro Felio Andrade Manrique y de algunos amigos del Meta. El objetivo fue visitar los 6 departamentos del oriente colombiano durante 5 días, durante la campaña presidencial de 1986, en la que enfrentó a Virgilio Barco y que terminó siendo la segunda de las tres que perdió el gran jefe conservador.
Tuve el privilegio estar presente en ese momento histórico y oírlo hablar del surgimiento de la insurgencia en las zonas rurales del país, con la presencia de las que él llamaba guerrillas liberales, como lo denunció en el Senado en 1961… «No se ha caído en la cuenta que hay en este país una serie de repúblicas independientes….». La gira por lo que se llamaban Territorios Nacionales me permitió oírle el relato de cómo había terminado de convencer en Benidorm y en Sitges a su padre Laureano y a Alberto Lleras de las bondades del frente nacional para frenar la violencia política.
Presté atención a sus muchos discursos, alterné con él como orador en dos oportunidades y lo vi pintar caballos en hojas sueltas y servilletas. Naturalmente, también habló de arte, del talante conservador, de la planeación concertada, del desarrollismo y de la grandeza.
A partir de ese inolvidable viaje, me invitó a escribir en las páginas editoriales de El Siglo, lo que hice en algunas oportunidades. Me cautivó con su oratoria y su visión expuesta en los almuerzos-conferencia del Centro de Estudios Colombianos y, con varios entrañables amigos como Carlos Quiñonez, Luis Ignacio Andrade, Rubén Darío Lizarralde, Roberto Camacho, Wolmar Pérez, Germán Medina, entre otros, lo acompañamos por toda Bogotá en el final de esa campaña del 86 que perdimos al grito de «dale – rojo – dale», que adoptó Alfonso López para evitar el naufragio de Barco.
El 29 de mayo de 1988, fue secuestrado por el M-19 y su liberación tuvo unas exigencias que le abrieron el paso a los diálogos de paz con ese grupo insurgente, a la condena pública del estado por las desapariciones de ciudadanos y a la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente.
Álvaro regresó a la libertad más estadista que nunca. Fue entonces cuando empezó a hablar del acuerdo sobre lo fundamental para superar la ola de violencia que vivía el país, para crecer la economía y para expandir la democracia. En adelante, no se le podría tildar de reaccionario. Se había movido hacia la centro derecha, pero de avanzada. Se había abierto a la interlocución con las diferentes tendencias políticas de pensamiento y afirmaba que los extremos no podían ser opción de poder.
Gómez Hurtado le decía al país, «la paz no se va a alcanzar a tiros», que el gran mal de la nación era «el régimen cooptado por políticos profesionales y partidos ávidos de negocios» y al establecimiento conservador que «hay que cambiar las cosas, para que luego, quizás algún día, valga la pena conservarlas». Con estas posiciones, en 1990 lanza su tercera aspiración presidencial, por fuera del partido conservador, para lo cual funda el Movimiento de Salvación Nacional, con disidentes del conservatismo y el liberalismo. Fue la campaña en la que son asesinados los precandidatos Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, por lo decidió adoptar el lema «¡Que no maten a la gente!». Esas elecciones las ganó Cesar Gaviria. Álvaro nuevamente quedó en segundo lugar y anunció que nunca más volvería a aspirar a la presidencia.
En 1991 es candidato a la constituyente, luego de que la séptima papeleta, depositada en las presidenciales del 90, llevara al presidente Gaviria a convocar una asamblea para reformar la histórica constitución de Núñez y Caro, de 1886. Sus ideas las plasmó con la creación de entidades como la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo, la modernización de la Procuraduría General de la Nación, el manejo autónomo del Banco de la República, la elección popular de gobernadores y todo lo relacionado a los derechos, especialmente ambientales, entre lo más notable de su pensamiento en la ANC, de la cual fue copresidente, paradójicamente, con Horacio Serpa y Antonio Navarro.
En las presidenciales de 1994 respaldó a Andrés Pastrana, hijo de su principal contrincante de los años pasados. De esta manera, Gómez Hurtado sostuvo su palabra de no volver a ser candidato presidencial y tampoco presentó o proyectó un heredero político de su familia.
9 años después del viaje por la Orinoquía, lo asesinaron a la salida de la Universidad Sergio Arboleda, de la cual fue cofundador, justo después de dictar unas clases de historia constitucional y una charla sobre arte. Ese jueves, 2 de noviembre de 1995, fecha imborrable para mí, como también lo es la fecha del asesinato de mi papá (18-03-87), me encontraba en Villavicencio, exactamente en el barrio 7 de agosto, comprando unas láminas de icopor.
Me fui para Bogotá una o dos horas después de enterarme por radio de la noticia a las 10:30 de la mañana. Con los amigos de siempre fuimos a rendirle honores en la cámara ardiente dispuesta en el Capitolio Nacional; posteriormente, entre la multitud que colmaba la plaza de Bolívar, acompañamos el traslado por parte del Batallón Guardia Presidencial del féretro a la Catedral Primada de Colombia, donde fueron las exequias, y luego caminamos hasta el cementerio central, en la calle 26, en donde fue enterrado debajo de la tumba de su madre, doña María Hurtado.
Fue un funeral de Estado: con todos los honores, como si hubiese sido Presidente.
En esos meses y días, el país nacional, no así el país político, como lo definiera Jorge Eliecer Gaitán, asistía indignado al espectáculo del proceso 8000, en el que se investigaba la introducción de las mafias en la campaña presidencial de Ernesto Samper. Álvaro Gómez era la voz mayor que decía, que el de Samper era un «gobierno indigno, que no se podía quedar, pero que no se iba a caer porque nadie lo estaba tumbando». El 30 de octubre de 1995, dijo en su noticiero 24 Horas: «El Presidente no se va a caer, pero tampoco se puede quedar».
3 días después lo asesinaron. Su voz pesaba mucho, como para que la resistiera un gobierno tan debilitado y de moral tan liviana.
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La vida de Álvaro Gómez estuvo marcada por las ideas, el periodismo, el arte, los dibujos de caballos y la pasión por el Independiente Santa Fe. Sus más fuertes contradictores no dudaron en decir que ha sido el más brillante estadista del siglo XX, yo agrego que también de lo que va del XXI, al que invocando sectarismo y miedo, se privó a Colombia de tenerlo como su presidente.
Fue un periodista excepcional, con un talento único para la titulación ejercicio diario que hacía directamente en las rotativas de su periódico; fue el mejor editorialista que ha concebido la patria; fue un gran dibujante; fue un prolífico escritor y pensador de prosa ágil y amena. Su visión de la política era la de hacer el ejercicio de proponer y dialogar, más que de confrontar y dividir. Una lección que debe recordarse siempre. Del magnicidio dijo Alfonso López Michelsen: «…es un acontecimiento que seguirá pesando sobre nuestras conciencias democráticas por el resto de nuestras vidas».
Y hasta aquí la imagen que tengo guardada de Álvaro Gómez Hurtado, al que asesinaron un 2 de noviembre hace 30 años.



