
Notas Sueltas Mientras Tanto “¡VIOLENCIA, MALDITA VIOLENCIA!”
Por: Nino Matus
La sangre de mi padre, Narciso Matus, aún gotea en mi memoria. Su asesinato, en 1987, nos dejó una cicatriz que nunca se borra. Sé lo que es vivir con el dolor y la incertidumbre que genera la violencia política. El atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, es una amenaza para nuestra democracia y un recordatorio trágico de que esta práctica sigue siendo una realidad que ha llenado nuestra historia contemporánea de sangre y lágrimas.
Fundamental aprender de la historia y entender que la radicalización y la intolerancia que vivimos no pueden volver. La civilización exige que la diferencia ideológica sea una oportunidad de crecimiento con el debate y no un destino señalado por la muerte.
Desde mi óptica conservadora, afirmo que nunca dejara de gravitar en la memoria del país, el recuerdo del antecedente más trágico, devastador y dramático: El genocidio del partido Unión Patriótica, en la década del 80 y 90.
Para que no se repita, no se puede olvidar el registro de 5.733 militantes de dicho partido, asesinados o desaparecidos, entre ellos 2 candidatos presidenciales, 9 congresistas, 11 diputados, 109 concejales, 8 alcaldes en ejercicio, presidentes de juntas de acción comunal, defensores de derechos humanos, profesores universitarios, gestores culturales y cientos de militantes. ¡Todo un genocidio! El más brutal del que se tenga conocimiento en Colombia.
De todas estas víctimas, sí que recuerdo a 4 amigos del Meta. Fueron asesinados dada la estigmatización que obedecía a un estructurado y bien orquestado plan de exterminio por las ideas que defendían.
Pedro Nel Jiménez Obando. Fuimos vecinos en el barrio El Triángulo, con ocasionales charlas en la tienda o en una cafetería cerca al concejo en compañía de su papá. Tenía 36 años cuando fue asesinado el 1 de septiembre de 1986, en el momento en que recogía a su hija de 10 años, a la salida del colegio en Villavicencio. Guardo un aprecio inclaudicable con Gladys Fandiño y su hija Claudia Patricia.
Josué Giraldo Cardona. Fue mi compañero de jugar futbol: los miércoles para entrenar y los fines de semana en torneos con el equipo de la Alcaldía de Villavicencio del que era su capitán. Tenía 37 años cuando fue asesinado el 13 de octubre de 1996 frente a su casa en presencia de sus dos hijas menores, en el momento en que disponía a armar un camping para jugar con ellas.
Betty Camacho de Rangel. Seguramente por influencia de Carlos, su esposo nacido en el Banco – Magdalena a ella le gustaba el vallenato. Nos hicimos amigos vallenatiando en parrandas a las que también asistía un guajiro excelente el general Fernando Gómez Barros. Tenía 48 años cuando fue asesinada el 26 de julio de 1998 en la sala de su casa, encontrándose su hija en el segundo piso. Conservo una buena amistad con Carlos Rangel y, de manera especial, con su hija María Angélica.
Jairo Navarro Toro. “El Gordo” como se le decía afectuosamente, era profesor de la Unillanos y buen conversador. Fuimos compañeros de tinto cada 15 días en la Española del centro, hasta que tuvo que exiliarse en México. Tenía 37 años cuando fue asesinado el 16 de diciembre del 2000, en el andén de su casa en el barrio Sesquicentenario, en donde se encontraba con su esposa e hijas. Tengo una incondicional amistad con su hermana Janeth.
Todos ellos hicieron parte de un mismo partido político o forjaron alianzas electorales: La Unión Patriótica. El primer experimento serio de participación política de una izquierda democrática, con origen en un proceso de paz con las guerrillas, firmado por el gobierno del Presidente Belisario Betancur y conocido como el acuerdo de paz de La Uribe (Meta).
Los 4 fueron reconocidos, apreciados y respetados por ser personas íntegras que nunca empuñaron armas. Su asesinato fue un golpe a la esperanza de que la discrepancia política pudiera dirimirse sin sangre.
En esos años la angustia y el miedo se apodero de los habitantes del Meta porque la guerrilla, nuevamente, empezó a asesinar selectivamente a líderes de centro derecha, liberales y conservadores, y allí cayeron, entre otros: Miller Guarnizo en Fuente de Oro, Julio Londoño en Granada, Enrique Gálvez en San Martin y mi papá, Narciso Matus, en Villavicencio.
En la Colombia de hoy, cuando decir cosas se hace con el temor de ser masacrado moralmente en las redes sociales por bodegas y livianos opinadores, expertos en repetir o negar o tergiversar la historia y las historias de muchas vidas, yo me atrevo a preguntar…: ¿Acaso negarlo es creer que no paso o que todos estuvieron bien muertos?
Hoy, es crucial rechazar cualquier forma de violencia política. Debemos comprometernos a moderar el lenguaje, porque la agresividad, los ataques personales, el perfilamiento y la estigmatización, incitan a la violencia, especialmente si se dirigen a grupos o individuos específicos. Igualmente, debemos ser capaces de evaluar críticamente la información, porque la manipulación, las verdades a medias o las mentiras, erosionan la confianza en las instituciones lo que conlleva a una mayor polarización y conflicto.
En él entre tanto, cuando evoco esos días de dolor, sangre y lágrimas, desde mucho tiempo atrás me he preguntado, como en Corintios 15:55, “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?”
Y no puedo evitar recordar a María Mercedes Carranza… “El asesino danza la danza de la muerte. A cada paso suyo, alguien cae sobre su propia sombra”.