Opinión

Notas sueltas mientras tanto, «Cultura Anime». Breve repaso a los 53 años de la Casa de la Cultura

Por: Narciso Matus

¡Mujer de carácter! Así definen quienes conocieron a Maruja Hernández de Gil. Dicen que era una señora amable en el trato, generosa en las atenciones y recia en sus convicciones.

Supe que hablaba de política con autoridad y mando, siendo escuchada por gobernantes, políticos, líderes y aspirantes, porque tenía el respaldo irrestricto de quien ejercía la jefatura del liberalismo en el Meta: Hernando Duran Dussan.

Se le conoció más por su apelativo: “Mayuya” y aparte de política, hablaba de comercio, turismo y asuntos culturales. Fue esta recordada jefa natural del Duranismo, quien convenció al gobernador Gabriel López Gonzales, de que el Meta no podía seguir en la retaguardia cultural y que se necesitaba un espacio para la formación artística y se convirtió en el alma del esfuerzo iniciado con las brisas del 28 de agosto de1971, cuando se fundó la Casa de la Cultura de Villavicencio que desde ese momento, hace 53 años recién cumplidos, fue el espacio para hacer viva la frase de Ciceron que titula estas notas: Cultivar el Espíritu.

La Casa se fundó con grandes aspiraciones, gracias a las cuales se pudieron sobrepasar los siempre difíciles primeros años en este tipo de apuestas. A la musicóloga Margarita Valencia, quien ejerció como primera directora, se unió Mons. Gregorio Garavito, primer presidente de la junta directiva, quienes aportaron su aliento para darle forma con el marco de una escuela de artes y una biblioteca pública.

El empeño para velar por el desarrollo del conocimiento, la sabiduría y el talento, fue el que facilitaron la vinculación del maestro Guillermo Abadía Morales, el más importante folcloròlogo, musicólogo e investigador, quien declino ser ministro de educación en varias oportunidades para seguir, decía, “teniendo el honor de ser profesor”.

Por la misma puerta entro el guajiro Raúl Mojica Mesa, compositor virtuoso del repertorio clásico colombiano, vinculado desde los inicios como profesor de música. En estas tierras encontró la inspiración para los lamentos llaneros en la composición sinfónica «Trenos de Chirajara» la que empezó a escribir en Villavicencio en 1975 y término en el barrio la Soledad en Bogotá en 1979.

A lo largo de 5 décadas ya son 24 los directores que han dirigido los destinos de la que fuera el epicentro cultural del Meta. Todas y todos han sido, en su momento, pilares de un patrimonio útil para el Meta y los metenses en un área tan vital como el conocimiento y el saber.

Inolvidables: Rosita Hoyos de Mejía, cuya cálida, dulce y afinada voz de soprano recordamos al pasar frente al teatro municipal que se engalana con su nombre y cuya iniciativa tuve el gusto de proponer y sacar adelante desde el Concejo de Villavicencio; Clarita Serrano , con una capacidad de convencer a base de amabilidad y buenas maneras; Oscar Pabón Monroy, quien es nuestro gran investigador y contador de las historias de nuestra historia; Isaac Tacha Niño, maestro con una reconocida sensibilidad por los temas culturales desde la música; Gladier Charry, maestra en artes plásticas de conceptos y de principios culturales claros que logro sacar a la casa de una lenta agonía y, en los últimos años Luisa Pineda y Jenny Capote que tienen un don de gentes incomparable y un afán de acertar admirable.

La vieja casona, que durante muchos años fuera residencia de los gobernadores, fue cedida a la cultura por el gobernador Narciso Matus Torres en el 83 y en ella hemos podido asistir a eventos de variada índole que nos acercan al universo de la música…,  la pintura…, la literatura…, o la poesía de la mano de connotados exponentes. Hoy se añoran los grandes nombres que veíamos y escuchábamos con deleite y admiración.

Pero, además, la entidad ha sido escuela de formación, de consulta y de investigación para quienes buscan entre sus céntricas paredes respuesta oportuna a múltiples inquietudes.

Primero fue la Escuela de Artes Miguel Ángel Martín, creador del nunca olvidado Festival Nacional de la Canción y del Torneo Internacional del Joropo, establecida para transmitir conocimientos, valores culturales y artísticos desde la música y la plástica, cuyo curriculum fue rediseñado por el maestro Libardo Archila, para poder consolidar y ofrecer un programa de formación técnica laboral en artes.

Luego llego la Biblioteca Eduardo Carranza, que es un centro interactivo de formación y  balcón al mundo y el universo. Bautizada en honor al poeta de Villavicencio, después de su fallecimiento en 1985, guarda alguna parte de su colección privada, incluyendo textos, condecoraciones y objetos personales. Tanto la escuela como la biblioteca son instituciones clave en la formación y promoción de la cultura en la región y honran la memoria de dos importantes figuras del universo creador nacidos en los llanos.

Hoy la Casa de la Cultura es un reflejo brumoso de lo que fueron sus días de esplendor y grita por un mejor presente y futuro para que el agua, el sol, la burocracia y las selfies, no sigan siendo una amenaza a la memoria, las bellas historias y propósitos que allí habitan.

Para el final de estas notas, así como para el mio –“y el día este lejano”- me gustaría poner en una pared de la céntrica casa, estas letras de Miguel de Unamuno…: «Solo el que sabe es libre y más libre el que más sabe…. La libertad que hay que dar al pueblo, ¡es la Cultura!».

Crédito Llanogas

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